domingo, 18 de noviembre de 2012

Un niño llamado cosmos

Hacía ya un tiempo que el fin del mundo no me daba ningún aviso de que estaba ahí, no se sentía importante en mi vida y empezó a hacer de las suyas...

Voy a contaros un par de historias que me han pasado aquí y en las que mi vida se ha puesto en peligro, quizá no ha sido el fin del mundo, pero si que podía haber sido de mi mundo (ahora me río, aquellos dos días, no tanto).

Llevábamos unos días ya en nuestro hogar, tranquilamente asentados, en nuestros colchones en el suelo, comiendo de pie. Estaba todo muy tranquilo. Pero ya sabéis que la calma precede a la tempestad, y como no podía ser de otra manera el cosmos me jugó un par de malas pasadas.
La primera de ellas ocurrió un lunes. Siempre lo recordaré.

Manu y Juan y Elena habían salido hacía poco para comer en el McDonalds y después ir a la universidad. Yo estaba en casa tranquilo, no me imaginaba lo que unos minutos más tarde me deparaba el destino. Me levanté del sofá después de consultar varias redes sociales, periódicos deportivos y ,debo decirlo, el comunio. Me entró hambre y no me apetecía mucho cocinar, así que saqué una bolsa de patatas fritas del congelador y la dejé sobre la encimera. Encendí ese fuego eléctrico tan típico de este pueblo y puse una olla con algo de aceite a calentar mientras fregaba los platos. No salía humo de la olla, así que para saber sí estaba el aceite caliente, decidí tirar una patata congelada.
De repente todo mi universo empezó a venirse abajo. Empezaron a saltar chispas de la olla una cayó sobre el "fuego" y prendió... ahora tenía una olla y ese "fuego" eléctrico ardiendo. Cerré la fuente de calor, puse a cero la ruedecita apresuradamente pero aquello no iba a ser suficiente, de repente y sin saber cómo hubo una pequeña explosión, el fuego no salió hacia arriba, sino que vino hacia mí cómo si el destino me estuviese haciendo una cruel jugarreta. Me cubrí como pude, asustado, me dí la vuelta a ver en que había quedado la "explosión." El papel de pared de la cocina estaba completamente negro (solo a los franceses se les ocurre poner papel de pared en una cocina). La olla seguía ardiendo, así que me armé de valor, cogí un paño y lo humedecí en el lavabo, corrí otra vez a la cocina y lo tiré sobre la olla en llamas.
Dos segundos tardó el fuego en apagarse, levante el paño de la olla y... en qué momento. Al levantar el paño, una nube de humo negro como el tizón abarcaba todo el techo de la cocina abrí la ventana y con la corriente se cerró la puerta. Al abrir la puerta de la cocina, la nube de humo negra se dividió en dos nubes, de considerables dimensiones saliendo por la ventana de la cocina y por la ventana del salón, que estaba abierta, dejando un rastro negrizo allá por donde pasaba.
Fiel recreación con un especialista en un plató cerrado.
Pasado el peligro, tocaba hacer valoración de daños...

Miré al techo, cerré los ojos, los abrí y volví a mirar. La mancha seguía allí. Por un momento pensé que fue una pesadilla o como dicen los niños, sí no lo veo, NO EXISTE. Pero no. Con la voz aún temblorosa llamé a Manu y a Juan que iban camino de clase, para contarles lo sucedido. Al principio pensaban que les estaba gastando una broma, pero cuando vieron que no cesaba mi estado de shock, decidieron volver a casa a ver qué había pasado.
Veinte minutos esperé a que llegaran tratando de tranquilizar al perro, que se había escondido en la habitación de Manu y estaba el pobre asustado. Cuándo llegaron miraron atónitos el techo y pared de la cocina. Pasado el susto, yo ya me había puesto manos a la obra en las maniobras de limpieza, y ellos se sumaron un rato después, hasta que nos dimos por vencidos y no volvimos a perder tiempo en el techo de la cocina hasta día de hoy.

Así terminó la cocina y
arriesgué mis ojos durante las arduas tareas de limpieza.
Al día siguiente, Manu y Juan se dirigieron al seguro para tratar de solucionar el tema. Lo típico, pagaremos la franquicia de seguro y listo, pero ya si eso más adelante, no vaya a ser que alguno vuelva a quemar la cocina...


Ese mismo día y cómo todos los anteriores, yo había salido de casa en mi infructuosa búsqueda de trabajo. Pero ese día era distinto, había vencido a la muerte. Había mirado directamente a los ojos a la dama de negro y había vencido, pero aquel martes el cosmos, mi fin del mundo, o quien sea, se encargo de darme un toque de atención para que no se me olvide. Que si no me había pasado nada, fue cuestión de suerte y no de mi fortaleza ante las incandescentes llamaradas de aquella sartén.
Os cuento como fue:


Juan y Manu esa noche irían a ver el partido de España-Francia de fútbol. Yo no podía ir a verlo porqué cómo todos los martes desde que estoy aquí, tenía entrenamiento. Vivo a 1 km del campo de rugby, así que, como me veía muy fuerte, me fui haciendo footing a entrenar (digo footing y no corriendo, porque siempre hay graciosos). Metí en el bolsillo de mi sudadera las llaves de casa y el protector bucal, las botas de entrenar las llevaba una en cada mano. Llegué al entrenamiento con 10 minutos de antelación, Me dispuse a sacar las llaves del bolsillo para meterlas dentro de mis deportivas, qué segundos antes me había quitado para calzarme las botas de tacos. Mi preocupación fue creciendo cuando note que mis llaves no estaban dentro de la sudadera. Palpé el pantalón por sí hubiese metido las llaves en otro bolsillo, pero no. Tampoco estaba el bucal, eso era lo de menos, así que volví atrás en mis pasos para ver si podía encontrarlas. Regresé a casa por donde había venido mirando al suelo y rehíce el camino al campo de rugby otra vez y por el camino sólo encontré mi bucal. Revisé el césped del estadio y... nada. Me dí por vencido y me puse a entrenar. Cuando terminamos el entrenamiento, un compañero me llevó a casa en coche. En realidad no me interesaba porqué el partido de España había empezado a las 21:00, eran las 21:50 y estos no iban a llegar como mínimo hasta las 23h. Fuimos despacito, mirando por la ventana por si se veíamos mis llaves, pero tampoco las encontramos. Así que ahí estaba yo la segunda semana de Octubre, en pantalón corto y sudadera, con las botas en la mano esperando y pidiéndole a un "ser superior", por favor que a estos no les diese por salir de juerga esa noche y "sólo" tuviese que esperar unos 40 minutos.
Pero ahí fue cuando empecé a pensar en ese "ser superior", ese ente, "algo" que se había empeñado desde que se quemó la cocina en jugar conmigo. ¿Por qué digo esto? Porqué lo normal, es que hubiese esperado una hora a que llegasen y sino, me hubiese ido a la residencia de Bea. Pero no tuve que esperar tanto y a los 5 minutos Cosmos pensó que sería mucho más divertido que en mi situación empezase a llover. No era una lluvia muy fuerte, pero lo suficientemente fría como para hacerme cambiar de plan e ir directamente a la residencia de Bea a dormir. Empecé a correr hacia allí, hay unos 4 km. A mitad de camino, dejó de llover y seguí caminando.
 Por sino tenía bastante con todo lo que me había pasado, "Cosmos" aún tenía otra sorpresa para mí.
No me fije en el nombre de la calle, se que es el atajo que usaba cuándo aún no tenía bici para ir andando hasta Sant Serge. Es una secuencia de edificios antiguos y suelo empedrado. Tras cruzar el arco que daba acceso a este atajo un hombre se aproximaba en mi dirección y sin previo aviso, comenzó a gritar y sacó una navaja de su bolsillo, supongo que del bolsillo derecho ya que empuñaba aquel punzante objeto en su mano derecho. De los gritos, yo sólo entendí:


- "Bla bleblibla, ble blable blablebbliblobla blablebla"- debe significar algo así cómo dame tu cartera o te pincho en francés (dicen que los franceses son muy corteses, pero este no dijo ni s'il vous plaît, el muy sinvergüenza)". Obviamente, cartera encima, tampoco llevaba y no me apetecía quedarme a discutirlo con un señor con un cuchillo en la mano. Así que amagué que me abalanzaba sobre él y le hice un contrapie izquierda-derecha, para evadir el brazo del cuchillo y me intenté arrancar la carrera cómo un loco. El malo malísimo estiró el brazo izquierdo para agarrarme, me hizo un arañazo en la cabeza y comenzó a cargar el brazo derecho. Ahí, justo en ese momento fue cuando más me asusté. Algo reacciono en mí, llevaba las botas de rugby en las manos, cargué mi brazo izquierdo cómo pude, para no acercar mi estómago a su cuchillo, apunté directo a su nariz y no fallé. Se pudo escuchar un pequeño crujido, no me quedé a mirar, empecé a correr y mi cuerpo se vio poseído por el hijo del viento. Pasados unos 100 metros empecé a girar la cabeza para ver si había pasado el peligro. Vi que no estaba ni medio cerca y me giré para ver donde estaba aquel hombre. Pude ver que seguía sangrando, así que comencé a correr otra vez para llegar lo antes posible a la residencia. Algo menos de 5 minutos tardé en recorrer el último tramo hasta allí. Definitivamente llegué apurado, le conté a Bea la historia, me di una ducha para relajarme y no paso mucho tiempo hasta que me quedé dormido.


Guardo para mí todo lo que estuve pensando en la ducha, cómo habían pasado esos dos días. La cantidad de cosas extrañas, coincidencias que me hacían sentir cómo el títere de un niño llamado Cosmos.


Puede que a partir de ahora reciba más señales del fin del mundo, no en vano, pudo ser el fin de mi mundo...


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